He decidido entrecomillar las palabras, aquellas que en nuestro mundo, en el de l@s obes@s en recuperación, las consideramos como relativas, porque en este proceso, la verdad más absoluta es que no existe lo absoluto como tampoco es absoluta nuestra voluntad de dejar de comer compulsivamente y/o desordenadamente.
Mi historia:
A ciencia cierta no se cuándo empecé a engordar, en la primaria, haciendo memoria, en 6to. Grado, era una niña “normal”, pero muy aprehensiva, esta condición de incertidumbre no se desde cuando la adquirí, pero no tengo noción desde cuando comencé a morderme las uñas, mal hábito que aún conservo y que no me provoca orgullo en lo absoluto porque es tan autodestructivo como comer compulsivamente.
Lo que sí se es que en casa siempre viví en un ambiente hostil, no hubo golpes, pero la violencia, ahora lo se, se manifiesta de muchas formas alejadas de los gritos y las agresiones físicas. En el grupo multidisciplinario de doble AA al que asisto desde hace un par de meses aprendí que uno asesina con las palabras todos los días, asesina ilusiones, intenciones, inclusive la auto estima de terceros con acciones, pero sobre todo con palabras filosas como dagas, y eso fue justamente de lo que adolecí toda mi vida de niña-adolescente en mi casa con mis hermanos, mis padres, todos ellos eran unos perfectos "asesinos".
Desde pequeña me pusieron apodos en casa, y no se diga fuera de ella, y me hice acreedora también de calificativos que demeritaban cualquier esfuerzo que hiciera o magnificaban cualquier "pequeño" desliz aprovechando la oportunidad para ridicularizar, y la indiferencia, el nulo reconocimiento a los pequeños logros, también hizo mella en mi formación la cual se tornó disfuncional desde pequeña.
Mi padre es un hombre maravilloso, un padre proveedor, un cómplice perfecto, pero con los años me obligué a reconocerlo torpe para guiarme. Sus comentarios respecto a mi aspecto nunca fueron hechos con tacto, recuerdo que en alguna ocasión, siendo pre adolescente, se refirió a mi sobre peso como “monstruoso”, y eso es algo que se quedó marcado profundamente en mi inconsciente.
Nunca fue tierno o dulce, nunca lo oí decirme “que bonita te ves”, ahora reconozco que nadie lo enseñó a ser padre, nadie le dio lecciones de ternura, creció solo, con muchas dificultades y apesar de eso es una excelente persona, pero en aquel entonces mi psique era muy frágil, mis recursos emocionales, muy limitados, entonces me dediqué a coleccionar agravios, a sumarle cuentas a ese collar ya de por si pesado que estaba alrededor de mi cuello a razón de tantos otros agravios recibidos de tanta gente falta de tacto… pero en este caso en particular se trataba de mi padre, de esa figura masculina con la que se tiene el contacto primario que invariablemente definirá el patrón de comportamiento y relación con otros hombres en etapas posteriores del desarrollo de cualquier mujer, y eso, literalmente, me partió la madre.
Hasta la fecha le tengo aversión a los vestidos por mis piernas gruesas, mis pantorrillas rollizas, mis rodillas “de cabeza de perro”, ni que decir de mi añeja renuencia a ponerme algo estampado, sea blusa, sea pantalón, porque me recuerda, a estas alturas, pero sin que me lastime más, aquella expresión que solía decir mi padre, mis hermanos varones, “eso que traes puesto parece carpa de circo”.
En cuanto a mi madre se refiere, crecí alejada prácticamente de forma voluntaria de mamá, ella estaba lo suficientemente ocupada con mi pequeña hermana Karina, quien padecía parálisis cerebral desde su nacimiento. Por ese motivo me di a la tarea de aislarme creyendo que mi hermanita la necesitaba más que yo, que de hecho así era por sus necesidades especiales, pero yo también necesitaba de mi madre y me privé voluntariamente de la interacción tan necesaria de madre e hija que refuerza, desde los orígenes, el concepto de identidad.
Con ese desapego voluntario de mi madre los años que mi hermana estuvo con nosotros bendiciéndonos con su presencia física, provocó es que yo no tuviera por ningún lado el apoyo tan necesario para mi desarrollo normal, mi madre, siempre ocupada, no tenía tiempo para voltear a mirarme mientras yo me deformaba física, pero sobre todo emocionalmente con el paso de los años.
En algún momento mamá quiso remediar mi sobre peso, supongo que percibía mi frustración, los problemas que eso acarreaba en mi auto reafirmación, y, haciendo un intento desesperado, alrededor de los 15 años me dio pastillas para adelgazar. No estoy hablando de anfetaminas, nunca usó una droga en mi persona, en aquel entonces me daba píldoras de fibra natural, de nopal que sabían a rayos cuando se deshacían en mi garganta o licuados supresores del apetito hechos con no se cuántas hierbas y extractos. Todo "naturalito", pero mi inconsciente una vez más registró no un intento de ayuda desesperado por parte de mi madre, sino un rechazo absoluto. Yo sólo quería que me dijera que me quería tal cual, pero mi madre, como mi padre, también me rechazaba... ya no lamentaba lo duro, sino lo tupido.
En aquel entonces no podía ver más que el pinto en el arroz, mi madre sabía lo que estaba sufriendo, pero no supo cómo manejarlo, como no lo supo mi padre, ambos hicieron lo que pudieron, no lo que yo huboera querido, ahora se que no son adivinos como tampoco lo fueron, lo son mis hermanos, eso me queda claro.
Mis hermanos, mis benditos cinco hermanos que son todos y todas mayores que yo tampoco contribuyeron a que me sintiera aceptada, por el contrario, fueron crueles, burlones, el hecho de querer hacerse los graciosos a mis costillas (bien cargadas en aquel momento), aumentó más mi inseguridad y mi necesidad de recurrir a la comida como una compensación a la falta de diplomacia en su tacto.
El mayor, Abi, solía decirme “tamal” o “tambo”, el que le sigue, Tavo, generalmente no hacía comentarios ofensivos pero era muy renuente al contacto y no se podía conversar con él, que va, ni convivir, se enojaba con cualquier intento de avanzada, y emprendía la retirada, eso me hacia sentir que le daba verguenza su hermana la gorda. En cuanto a Isa, la mayor de las mujeres, ella siempre estaba sumida en su mundo, era como una suerte de mamá postiza para mi, era mi ejemplo a seguir, linda como muñeca de porcelana y amorosa como oso de peluche, pero callada, nunca me defendió como en algún momento admití con los ojos llorosos que me hubiera gustado que más de uno de mis hermanos lo hiciera.
Gabi por su parte, era más “Light”, sus bromas agarraban parejo, así que no me lo tomaba tan a pecho, ella también padeció de obesidad pero algunos años más tarde, a la fecha la padece, pero su filosofía de vida fue, es muy distinta a la mía, lo anterior de alguna forma la hizo solidarizarse silenciosamente con la causa. En lo que respecta a Elena, la penúltima de mis hermanas, no se metía con nadie, al contrario, se sentía tanto o más vulnerable que yo por otras cuestiones que no tenían que ver con la obesidad, ella libraba su batalla en otra trinchera no menos despiadada.
La única cosa que me queda clara es que había diferencias abismales entre mis hermanos y yo, unos crueles, los otros indiferentes, los otros calladamente solidarios, los otros “collones”, todos, juntos y/o por separado, acrecentaron mi sensación de poca o nula inclusión, a consecuencia de lo anterior crecí pues llena de complejos, creyéndome la muñeca fea, exacerbando otras cualidades para ocultar mi obesidad lo más posible, queriendo tapar el sol con un dedo (como si se pudiera).
A partir de mi etapa de la secundaria me convirtí en la rebelde sin causa, en la defensora de los desvalidos, en la de la voz cantante, en la sabionda, aquella que proyectaba una “seguridad envidiable” , que caminaba con pies de plomo pero que era muy sensible y tenía una inspiración para lo artístico “bárbara”, creo que más bien para lo teatral, porque era buena para aparentar, pero la realidad era otra muy distinta, por dentro estaba hecha un ovillo, llena de miedo, de ansiedad, de soledad, todas esas emociones que se sienten a raudales cuando te sabes marginada por tu condición física.
Todo lo anterior me llevó a enfrascarme en una dinámica de la que no me pude desembarazar con el paso de los años, por el contrario, la problemática se fue acrecentando con los años tanto como se ensancharon mis caderas...
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