Luego de una semana de inactividad, vuelvo a la carga inspirada por una nota por demás desalentadora: México ocupa el primer luegar en obesidad y sobre peso infantil, lo anterior me recuerda cuán difícil es crecer siendo "diferente".
A propósito de pequeños vientres abultados y caras regordetas que asemejan a nuestros vecinos de occidente por aquello de los ojos razgados, no recuerdo una etapa de mi vida en la que no padecí persecución por ser obesa, ni de preadolescente cuando empezó mi problema a acenturase, ni de adolescente que lo sufrí de manera muy intensa, ya ni hablar cuando adulta, las personas, todas por igual, suelen ser muy crueles y no distinguen a ese yo interior que resiente y aprehende para quizás jamás desembarazarse de los señalamientos, los apodos, los desprecios. Entender que cada persona odia en otros lo que más aborrece de sí misma me tomó mucho tiempo, siempre lamenté con amargura por qué a mi me pasaba esto, por qué las personas, sin importar que fueran cercanas, me lastimaban con su trato despectivo o sus comentarios punzo cortantes. En terapia psicpológica y posteriormente en el grupo al que asisto tomé conciencia de lo dañadas que estaban también aquellas personas que no me concebían como "perfecta", aquellas que me hacían blanco de sus burlas o de su desprecio, me quedó claro que yo tenía un problema con mi forma de comer, que mi metabolismo no me ayudaba como a otros que por más que coman no engordan, me di perfecta cuenta que hay personas que están obesas del alma, que no tienen tacto por una razón bien "flaca", están enfermas también, padcían, padecen, trastornos distintos al mío, traumas, complejos, sentimientos de inferioridad, de marginación producto de otros defectos, algunos de ellos que no son visibles, pero que casi se palpan.
Unas padecen de inconciencia, mientras que otras sufren de una indiferencia tan recalcitrante que duele. Esas personas, tanto más enfermas que yo, contribuyeron a que pasara la más cruel de las etapas a las que puede estar expuesto un ser humano, a la etapa de las expectativas jamás cumplidas, de los estereotipos que condenan, circunstancias que calan como el frío más intenso, hasta la médula de los huesos.
Tuve que pasar por episodios como aquel en la secundaria en el cual mi "primer amor" tuvo la delicadeza de afirmar que resultaba más fácil "saltarme que rodearme". No puedo describir cuánto me dolió aquel comentario que salía de la boca de quien yo recuerdo como el primer hombre que yo vi con interés romántico a mis 14 años de edad.
Muchos años tuvieron que pasar para que yo comprendiera que no era la única que sufría, aquel primer amor tenía sus propios traumas, y bastante acentuados.
Con el paso de los años, como consecuencia de mi búsqueda de "exorcisar" cada uno de esos demonios que no me permitían liberarme de los estigmas, empecé a ver con otros ojos a las personas que en un primer momento me ofendieron; ya no las veía con odio, a partir de que me había dado a la tarea de analizar su comportamiento y su propio bagaje de experiencias personales en el consultorio del psicólogo y posteriormente a partir de la obligada introspección, me obligó a reconocer, como lo dice la biblia misma, "aquel que esté libre de pecado, que aviente la primera piedra", pero traducido a mi experiencia personal "aquel que esté libre de defectos (cualesquiera que estos sean), que se atreva entonces a señalar y burlarse de los míos".
Luego de mucho padecer, reconocí que me hacía daño todo eso, pero como dice la canción; lo lloré, lo enterré y le puse flores, pero también estaba conciente que tenía que ponerle un punto final a esa suceción de historias desafortunadas que se habían salido de proporción a partir de mi extrema sensibilidad.
Entonces aprendí que en la medida que fortaleciera mi convicción de que nadie es perfecto, pero de verdad, NADIE LO ES, aunque lo aparente, aunque finja a la perfección que es perfect@ por donde quiera que se le mire, terminaría por aceptar mi tan lamentada "imperfección".
Así fue, y entonces me di a la tarea de reafirmar mi autoconcepto pero esta vez visto como más benevolencia, ya sin rechazarme, ya sin frustrarme por causa de mi sobrepeso, y entonces, años más adelante puse manos a la obra y el proceso de pérdida de peso se sucedió con inmejorables resultados.
Con todo esto, y con lo dicho por la secretaria de educación a nivel federal, la obesidad en su etapa más temprana se vuelve una epidemia que alcanza la categoría de problema de salud pública, estoy cierta que a partir de esto se acrecentarán los traumas y los complejos para aquellas criaturas que a su corta edad estan presos en un cuerpo que no les gusta, por que no "encaja" en los "cánones de la belleza".
No sin preocupación no me queda más que asumir que a raíz de esto desafortunadamente seguirá habiendo aquel o aquella que se atreven a creerse "perfectos" y que operan con el permiso concedido de antemano por el ofendido que todo se lo cree dada la fragilidad de su autoestima, de ofender sin remordimiento alguno a es@s pequeñ@s, que con mucha dificultad y a causa de un entorno hostil, además de indiferente, seguramente les costará en un futuro no muy lejano mucho trabajo dejar de ser obes@s.
Exactamente como me costó a mi, como posiblemente te cueste a ti, porque desembarazarse de tanto ataque y olvidar cualquier cantidad de ofensas resulta tanto más complejo que ponerse a dieta y cumplir cabalmente con el régimen.
lunes, 24 de noviembre de 2008
lunes, 17 de noviembre de 2008
Mi historia "entre comillas"
He decidido entrecomillar las palabras, aquellas que en nuestro mundo, en el de l@s obes@s en recuperación, las consideramos como relativas, porque en este proceso, la verdad más absoluta es que no existe lo absoluto como tampoco es absoluta nuestra voluntad de dejar de comer compulsivamente y/o desordenadamente.
Mi historia:
A ciencia cierta no se cuándo empecé a engordar, en la primaria, haciendo memoria, en 6to. Grado, era una niña “normal”, pero muy aprehensiva, esta condición de incertidumbre no se desde cuando la adquirí, pero no tengo noción desde cuando comencé a morderme las uñas, mal hábito que aún conservo y que no me provoca orgullo en lo absoluto porque es tan autodestructivo como comer compulsivamente.
Lo que sí se es que en casa siempre viví en un ambiente hostil, no hubo golpes, pero la violencia, ahora lo se, se manifiesta de muchas formas alejadas de los gritos y las agresiones físicas. En el grupo multidisciplinario de doble AA al que asisto desde hace un par de meses aprendí que uno asesina con las palabras todos los días, asesina ilusiones, intenciones, inclusive la auto estima de terceros con acciones, pero sobre todo con palabras filosas como dagas, y eso fue justamente de lo que adolecí toda mi vida de niña-adolescente en mi casa con mis hermanos, mis padres, todos ellos eran unos perfectos "asesinos".
Desde pequeña me pusieron apodos en casa, y no se diga fuera de ella, y me hice acreedora también de calificativos que demeritaban cualquier esfuerzo que hiciera o magnificaban cualquier "pequeño" desliz aprovechando la oportunidad para ridicularizar, y la indiferencia, el nulo reconocimiento a los pequeños logros, también hizo mella en mi formación la cual se tornó disfuncional desde pequeña.
Mi padre es un hombre maravilloso, un padre proveedor, un cómplice perfecto, pero con los años me obligué a reconocerlo torpe para guiarme. Sus comentarios respecto a mi aspecto nunca fueron hechos con tacto, recuerdo que en alguna ocasión, siendo pre adolescente, se refirió a mi sobre peso como “monstruoso”, y eso es algo que se quedó marcado profundamente en mi inconsciente.
Nunca fue tierno o dulce, nunca lo oí decirme “que bonita te ves”, ahora reconozco que nadie lo enseñó a ser padre, nadie le dio lecciones de ternura, creció solo, con muchas dificultades y apesar de eso es una excelente persona, pero en aquel entonces mi psique era muy frágil, mis recursos emocionales, muy limitados, entonces me dediqué a coleccionar agravios, a sumarle cuentas a ese collar ya de por si pesado que estaba alrededor de mi cuello a razón de tantos otros agravios recibidos de tanta gente falta de tacto… pero en este caso en particular se trataba de mi padre, de esa figura masculina con la que se tiene el contacto primario que invariablemente definirá el patrón de comportamiento y relación con otros hombres en etapas posteriores del desarrollo de cualquier mujer, y eso, literalmente, me partió la madre.
Hasta la fecha le tengo aversión a los vestidos por mis piernas gruesas, mis pantorrillas rollizas, mis rodillas “de cabeza de perro”, ni que decir de mi añeja renuencia a ponerme algo estampado, sea blusa, sea pantalón, porque me recuerda, a estas alturas, pero sin que me lastime más, aquella expresión que solía decir mi padre, mis hermanos varones, “eso que traes puesto parece carpa de circo”.
En cuanto a mi madre se refiere, crecí alejada prácticamente de forma voluntaria de mamá, ella estaba lo suficientemente ocupada con mi pequeña hermana Karina, quien padecía parálisis cerebral desde su nacimiento. Por ese motivo me di a la tarea de aislarme creyendo que mi hermanita la necesitaba más que yo, que de hecho así era por sus necesidades especiales, pero yo también necesitaba de mi madre y me privé voluntariamente de la interacción tan necesaria de madre e hija que refuerza, desde los orígenes, el concepto de identidad.
Con ese desapego voluntario de mi madre los años que mi hermana estuvo con nosotros bendiciéndonos con su presencia física, provocó es que yo no tuviera por ningún lado el apoyo tan necesario para mi desarrollo normal, mi madre, siempre ocupada, no tenía tiempo para voltear a mirarme mientras yo me deformaba física, pero sobre todo emocionalmente con el paso de los años.
En algún momento mamá quiso remediar mi sobre peso, supongo que percibía mi frustración, los problemas que eso acarreaba en mi auto reafirmación, y, haciendo un intento desesperado, alrededor de los 15 años me dio pastillas para adelgazar. No estoy hablando de anfetaminas, nunca usó una droga en mi persona, en aquel entonces me daba píldoras de fibra natural, de nopal que sabían a rayos cuando se deshacían en mi garganta o licuados supresores del apetito hechos con no se cuántas hierbas y extractos. Todo "naturalito", pero mi inconsciente una vez más registró no un intento de ayuda desesperado por parte de mi madre, sino un rechazo absoluto. Yo sólo quería que me dijera que me quería tal cual, pero mi madre, como mi padre, también me rechazaba... ya no lamentaba lo duro, sino lo tupido.
En aquel entonces no podía ver más que el pinto en el arroz, mi madre sabía lo que estaba sufriendo, pero no supo cómo manejarlo, como no lo supo mi padre, ambos hicieron lo que pudieron, no lo que yo huboera querido, ahora se que no son adivinos como tampoco lo fueron, lo son mis hermanos, eso me queda claro.
Mis hermanos, mis benditos cinco hermanos que son todos y todas mayores que yo tampoco contribuyeron a que me sintiera aceptada, por el contrario, fueron crueles, burlones, el hecho de querer hacerse los graciosos a mis costillas (bien cargadas en aquel momento), aumentó más mi inseguridad y mi necesidad de recurrir a la comida como una compensación a la falta de diplomacia en su tacto.
El mayor, Abi, solía decirme “tamal” o “tambo”, el que le sigue, Tavo, generalmente no hacía comentarios ofensivos pero era muy renuente al contacto y no se podía conversar con él, que va, ni convivir, se enojaba con cualquier intento de avanzada, y emprendía la retirada, eso me hacia sentir que le daba verguenza su hermana la gorda. En cuanto a Isa, la mayor de las mujeres, ella siempre estaba sumida en su mundo, era como una suerte de mamá postiza para mi, era mi ejemplo a seguir, linda como muñeca de porcelana y amorosa como oso de peluche, pero callada, nunca me defendió como en algún momento admití con los ojos llorosos que me hubiera gustado que más de uno de mis hermanos lo hiciera.
Gabi por su parte, era más “Light”, sus bromas agarraban parejo, así que no me lo tomaba tan a pecho, ella también padeció de obesidad pero algunos años más tarde, a la fecha la padece, pero su filosofía de vida fue, es muy distinta a la mía, lo anterior de alguna forma la hizo solidarizarse silenciosamente con la causa. En lo que respecta a Elena, la penúltima de mis hermanas, no se metía con nadie, al contrario, se sentía tanto o más vulnerable que yo por otras cuestiones que no tenían que ver con la obesidad, ella libraba su batalla en otra trinchera no menos despiadada.
La única cosa que me queda clara es que había diferencias abismales entre mis hermanos y yo, unos crueles, los otros indiferentes, los otros calladamente solidarios, los otros “collones”, todos, juntos y/o por separado, acrecentaron mi sensación de poca o nula inclusión, a consecuencia de lo anterior crecí pues llena de complejos, creyéndome la muñeca fea, exacerbando otras cualidades para ocultar mi obesidad lo más posible, queriendo tapar el sol con un dedo (como si se pudiera).
A partir de mi etapa de la secundaria me convirtí en la rebelde sin causa, en la defensora de los desvalidos, en la de la voz cantante, en la sabionda, aquella que proyectaba una “seguridad envidiable” , que caminaba con pies de plomo pero que era muy sensible y tenía una inspiración para lo artístico “bárbara”, creo que más bien para lo teatral, porque era buena para aparentar, pero la realidad era otra muy distinta, por dentro estaba hecha un ovillo, llena de miedo, de ansiedad, de soledad, todas esas emociones que se sienten a raudales cuando te sabes marginada por tu condición física.
Todo lo anterior me llevó a enfrascarme en una dinámica de la que no me pude desembarazar con el paso de los años, por el contrario, la problemática se fue acrecentando con los años tanto como se ensancharon mis caderas...
Mi historia:
A ciencia cierta no se cuándo empecé a engordar, en la primaria, haciendo memoria, en 6to. Grado, era una niña “normal”, pero muy aprehensiva, esta condición de incertidumbre no se desde cuando la adquirí, pero no tengo noción desde cuando comencé a morderme las uñas, mal hábito que aún conservo y que no me provoca orgullo en lo absoluto porque es tan autodestructivo como comer compulsivamente.
Lo que sí se es que en casa siempre viví en un ambiente hostil, no hubo golpes, pero la violencia, ahora lo se, se manifiesta de muchas formas alejadas de los gritos y las agresiones físicas. En el grupo multidisciplinario de doble AA al que asisto desde hace un par de meses aprendí que uno asesina con las palabras todos los días, asesina ilusiones, intenciones, inclusive la auto estima de terceros con acciones, pero sobre todo con palabras filosas como dagas, y eso fue justamente de lo que adolecí toda mi vida de niña-adolescente en mi casa con mis hermanos, mis padres, todos ellos eran unos perfectos "asesinos".
Desde pequeña me pusieron apodos en casa, y no se diga fuera de ella, y me hice acreedora también de calificativos que demeritaban cualquier esfuerzo que hiciera o magnificaban cualquier "pequeño" desliz aprovechando la oportunidad para ridicularizar, y la indiferencia, el nulo reconocimiento a los pequeños logros, también hizo mella en mi formación la cual se tornó disfuncional desde pequeña.
Mi padre es un hombre maravilloso, un padre proveedor, un cómplice perfecto, pero con los años me obligué a reconocerlo torpe para guiarme. Sus comentarios respecto a mi aspecto nunca fueron hechos con tacto, recuerdo que en alguna ocasión, siendo pre adolescente, se refirió a mi sobre peso como “monstruoso”, y eso es algo que se quedó marcado profundamente en mi inconsciente.
Nunca fue tierno o dulce, nunca lo oí decirme “que bonita te ves”, ahora reconozco que nadie lo enseñó a ser padre, nadie le dio lecciones de ternura, creció solo, con muchas dificultades y apesar de eso es una excelente persona, pero en aquel entonces mi psique era muy frágil, mis recursos emocionales, muy limitados, entonces me dediqué a coleccionar agravios, a sumarle cuentas a ese collar ya de por si pesado que estaba alrededor de mi cuello a razón de tantos otros agravios recibidos de tanta gente falta de tacto… pero en este caso en particular se trataba de mi padre, de esa figura masculina con la que se tiene el contacto primario que invariablemente definirá el patrón de comportamiento y relación con otros hombres en etapas posteriores del desarrollo de cualquier mujer, y eso, literalmente, me partió la madre.
Hasta la fecha le tengo aversión a los vestidos por mis piernas gruesas, mis pantorrillas rollizas, mis rodillas “de cabeza de perro”, ni que decir de mi añeja renuencia a ponerme algo estampado, sea blusa, sea pantalón, porque me recuerda, a estas alturas, pero sin que me lastime más, aquella expresión que solía decir mi padre, mis hermanos varones, “eso que traes puesto parece carpa de circo”.
En cuanto a mi madre se refiere, crecí alejada prácticamente de forma voluntaria de mamá, ella estaba lo suficientemente ocupada con mi pequeña hermana Karina, quien padecía parálisis cerebral desde su nacimiento. Por ese motivo me di a la tarea de aislarme creyendo que mi hermanita la necesitaba más que yo, que de hecho así era por sus necesidades especiales, pero yo también necesitaba de mi madre y me privé voluntariamente de la interacción tan necesaria de madre e hija que refuerza, desde los orígenes, el concepto de identidad.
Con ese desapego voluntario de mi madre los años que mi hermana estuvo con nosotros bendiciéndonos con su presencia física, provocó es que yo no tuviera por ningún lado el apoyo tan necesario para mi desarrollo normal, mi madre, siempre ocupada, no tenía tiempo para voltear a mirarme mientras yo me deformaba física, pero sobre todo emocionalmente con el paso de los años.
En algún momento mamá quiso remediar mi sobre peso, supongo que percibía mi frustración, los problemas que eso acarreaba en mi auto reafirmación, y, haciendo un intento desesperado, alrededor de los 15 años me dio pastillas para adelgazar. No estoy hablando de anfetaminas, nunca usó una droga en mi persona, en aquel entonces me daba píldoras de fibra natural, de nopal que sabían a rayos cuando se deshacían en mi garganta o licuados supresores del apetito hechos con no se cuántas hierbas y extractos. Todo "naturalito", pero mi inconsciente una vez más registró no un intento de ayuda desesperado por parte de mi madre, sino un rechazo absoluto. Yo sólo quería que me dijera que me quería tal cual, pero mi madre, como mi padre, también me rechazaba... ya no lamentaba lo duro, sino lo tupido.
En aquel entonces no podía ver más que el pinto en el arroz, mi madre sabía lo que estaba sufriendo, pero no supo cómo manejarlo, como no lo supo mi padre, ambos hicieron lo que pudieron, no lo que yo huboera querido, ahora se que no son adivinos como tampoco lo fueron, lo son mis hermanos, eso me queda claro.
Mis hermanos, mis benditos cinco hermanos que son todos y todas mayores que yo tampoco contribuyeron a que me sintiera aceptada, por el contrario, fueron crueles, burlones, el hecho de querer hacerse los graciosos a mis costillas (bien cargadas en aquel momento), aumentó más mi inseguridad y mi necesidad de recurrir a la comida como una compensación a la falta de diplomacia en su tacto.
El mayor, Abi, solía decirme “tamal” o “tambo”, el que le sigue, Tavo, generalmente no hacía comentarios ofensivos pero era muy renuente al contacto y no se podía conversar con él, que va, ni convivir, se enojaba con cualquier intento de avanzada, y emprendía la retirada, eso me hacia sentir que le daba verguenza su hermana la gorda. En cuanto a Isa, la mayor de las mujeres, ella siempre estaba sumida en su mundo, era como una suerte de mamá postiza para mi, era mi ejemplo a seguir, linda como muñeca de porcelana y amorosa como oso de peluche, pero callada, nunca me defendió como en algún momento admití con los ojos llorosos que me hubiera gustado que más de uno de mis hermanos lo hiciera.
Gabi por su parte, era más “Light”, sus bromas agarraban parejo, así que no me lo tomaba tan a pecho, ella también padeció de obesidad pero algunos años más tarde, a la fecha la padece, pero su filosofía de vida fue, es muy distinta a la mía, lo anterior de alguna forma la hizo solidarizarse silenciosamente con la causa. En lo que respecta a Elena, la penúltima de mis hermanas, no se metía con nadie, al contrario, se sentía tanto o más vulnerable que yo por otras cuestiones que no tenían que ver con la obesidad, ella libraba su batalla en otra trinchera no menos despiadada.
La única cosa que me queda clara es que había diferencias abismales entre mis hermanos y yo, unos crueles, los otros indiferentes, los otros calladamente solidarios, los otros “collones”, todos, juntos y/o por separado, acrecentaron mi sensación de poca o nula inclusión, a consecuencia de lo anterior crecí pues llena de complejos, creyéndome la muñeca fea, exacerbando otras cualidades para ocultar mi obesidad lo más posible, queriendo tapar el sol con un dedo (como si se pudiera).
A partir de mi etapa de la secundaria me convirtí en la rebelde sin causa, en la defensora de los desvalidos, en la de la voz cantante, en la sabionda, aquella que proyectaba una “seguridad envidiable” , que caminaba con pies de plomo pero que era muy sensible y tenía una inspiración para lo artístico “bárbara”, creo que más bien para lo teatral, porque era buena para aparentar, pero la realidad era otra muy distinta, por dentro estaba hecha un ovillo, llena de miedo, de ansiedad, de soledad, todas esas emociones que se sienten a raudales cuando te sabes marginada por tu condición física.
Todo lo anterior me llevó a enfrascarme en una dinámica de la que no me pude desembarazar con el paso de los años, por el contrario, la problemática se fue acrecentando con los años tanto como se ensancharon mis caderas...
Cómo dejar de ser obesa y no morir en el intento
Mi nombre es Claudia Rebeca y soy una obesa en rehabilitación, entre otros vicios de carácter que acompañan a esta condición física y emocional en la que el cuerpo y la mente pierde toda proporción saludable a razón de muchos factores internos y externos que la detonan.
Este es un intento modesto, pero sobre todo honesto, de compartir mi experiencia personal como una obesa "rehabilitada" que como cualquiera que lidie con otras adicciones como al sufrimiento, al alcohol, a las drogas, la neurosis, la co dependencia, una vez aceptado el problema, se ve en la necesidad de trabajar sus 24 horas para no incurrir de nuevo en esa conducta dañina que nos ha convertido prácticamente en un guiñapo, carentes de toda voluntad.
Admito que el titulo de esta primera entrada resulta provocador, esa es la intención, pero aclaro que con esto no pretendo dar una receta que le solucione la existencia a much@s obes@s que como en mi caso, luchan todos los días con la báscula a razón de unos o muchos kilos de más. El objetivo de esto se debe al hecho de que, hace más de un lustro, a partir del año 2002, a razón de mi cruzada emprendida para poder controlar el exceso de peso que padecí los últimos quince años de mi vida, con la idea fija en mi cabeza de poder llevar una vida "normal", sin querer queriendo me convertí en una suerte de motivación para l@s obes@s amig@s, conocid@s, familiares que hacen cualquier cantidad de intentos desesperados para adelgazar.
Motivada por mi experiencia me atrevo a hacer uso de esta herramienta masiva que va más allá de replicar el mensaje de boca en boca y pongo a su disposición mi aprendizaje, ese que me llevó a establecer una relación cordial con la báscula.
Con una estatura de 1.63metros llegué en el 2002 al consultorio de María Eugenia García, Maru, en la colonia Contry en Monterrey, pesando casi 100 kilos de peso, luego de más de cinco años y tras haber alcanzado un peso de 59 kilos en el que me mantuve poco más de un año ahora mismo estoy pesando alrededor de 70 kilos, el peso recuperado fue a razón de haber dejado por espacio de dos años el cigarro, una adicción que obliga a otra por sustitución (los chocolates, la comida salada), pero ahora mismo vuelvo a la carga con la intención de ubicarme en los 60´s nuevamente porque los 50´s no me gusta como luzco, y esto es una forma alternativa de ponerme a “dieta”, es decir, de eliminar esos excesos y caprichos que me han llevado a recuperar algo de peso los últimos dos años.
Lo cierto es que no existen dietas ni píldoras ni fajas milagrosas, ni operaciones al estilo Transforma T que le regalen a un@ un cuerpo nuevo, cuando lo que necesita un@ obes@ es ponerse a dieta de sí mism@, sí, de todas esas emociones que detonan la necesidad de utilizar la comida como un satisfactor, como un escape, como un refugio de todo aquello que nos hace daño y nos orilla a comer en exceso.
Si bien es cierto, no tengo encima los kilos de antes, mi cruzada ya no es para perderlos, sino para estabilizarme nuevamente, pero sobre todo, para no recuperar lo perdido o más, para reafirmarme en mi propósito con cada entrada que escribo, con cada comentario que espero recibir, con compartir mi “receta”, mi “dieta” de mi, ya no tanto de la comida que es lo que me ha llevado a no ser parte de esas estadísticas apabullantes que indican que más del cincuenta por ciento de los que emprenden un régimen riguroso recuperan parte o todo o más del peso que perdieron.
Yo apenas si recuperé un porcentaje de lo perdido, pero lo cierto es que sigo con esa etiqueta de obes@ que siempre traeremos con nosotros l@s que no nos vimos favorecid@s con un metabolismo que nos permita conservar una delgadez envidiable a lo largo de toda nuestra vida.
La dieta más efectiva que he podido poner en práctica para mantenerme después de haber perdido alrededor de 40 kilos es la que me ha ayudado a racionar mis emociones, esa que me ha auxiliado a moderarme en mis reacciones, en mi aprehensión, en esa ansiedad que me caracteriza, a encontrar el equilibrio en mi carácter y que por consiguiente, me ha llevado a reconciliarme con la comida.
Ahora la comida ya no es mi enemiga, es mi aliada, pero me costó mucho entenderlo, aún lucho con eso, porque me siguen atrayendo poderosamente los dulces y los chocolates cuando estoy depre o no quiero fumar y muy de repente una bolsa tamaño familiar de Doritos Nachos cuando “me lo merezco”, porque estoy todo menos que "curada", por el contrario, esto no es de un día para otro, es una cuestión de todos los días.
Esta es mi experiencia y como dicen en el grupo multidisciplinario al que asisto desde hace algunos meses como parte complementaria de mantenimiento y de mi tratamiento de otros tantos vicios de carácter que acompañan invariablemente a l@s que padecemos de obesidad, gracias por su tolerancia.
Este espacio se lo dedico a las mujeres que como Celeste, desde su trinchera que inspiró la mía, www.diariodeunaobesaenmonterrey.blogspot.com, libra una lucha que yo ya libré pero que de muchas formas continuo llevando a cabo en mi día a día porque no estoy curada, porque mi condición es la de una obesa en rehabilitación.
Ánimo y adelante, me consta que sí se puede.
Este es un intento modesto, pero sobre todo honesto, de compartir mi experiencia personal como una obesa "rehabilitada" que como cualquiera que lidie con otras adicciones como al sufrimiento, al alcohol, a las drogas, la neurosis, la co dependencia, una vez aceptado el problema, se ve en la necesidad de trabajar sus 24 horas para no incurrir de nuevo en esa conducta dañina que nos ha convertido prácticamente en un guiñapo, carentes de toda voluntad.
Admito que el titulo de esta primera entrada resulta provocador, esa es la intención, pero aclaro que con esto no pretendo dar una receta que le solucione la existencia a much@s obes@s que como en mi caso, luchan todos los días con la báscula a razón de unos o muchos kilos de más. El objetivo de esto se debe al hecho de que, hace más de un lustro, a partir del año 2002, a razón de mi cruzada emprendida para poder controlar el exceso de peso que padecí los últimos quince años de mi vida, con la idea fija en mi cabeza de poder llevar una vida "normal", sin querer queriendo me convertí en una suerte de motivación para l@s obes@s amig@s, conocid@s, familiares que hacen cualquier cantidad de intentos desesperados para adelgazar.
Motivada por mi experiencia me atrevo a hacer uso de esta herramienta masiva que va más allá de replicar el mensaje de boca en boca y pongo a su disposición mi aprendizaje, ese que me llevó a establecer una relación cordial con la báscula.
Con una estatura de 1.63metros llegué en el 2002 al consultorio de María Eugenia García, Maru, en la colonia Contry en Monterrey, pesando casi 100 kilos de peso, luego de más de cinco años y tras haber alcanzado un peso de 59 kilos en el que me mantuve poco más de un año ahora mismo estoy pesando alrededor de 70 kilos, el peso recuperado fue a razón de haber dejado por espacio de dos años el cigarro, una adicción que obliga a otra por sustitución (los chocolates, la comida salada), pero ahora mismo vuelvo a la carga con la intención de ubicarme en los 60´s nuevamente porque los 50´s no me gusta como luzco, y esto es una forma alternativa de ponerme a “dieta”, es decir, de eliminar esos excesos y caprichos que me han llevado a recuperar algo de peso los últimos dos años.
Lo cierto es que no existen dietas ni píldoras ni fajas milagrosas, ni operaciones al estilo Transforma T que le regalen a un@ un cuerpo nuevo, cuando lo que necesita un@ obes@ es ponerse a dieta de sí mism@, sí, de todas esas emociones que detonan la necesidad de utilizar la comida como un satisfactor, como un escape, como un refugio de todo aquello que nos hace daño y nos orilla a comer en exceso.
Si bien es cierto, no tengo encima los kilos de antes, mi cruzada ya no es para perderlos, sino para estabilizarme nuevamente, pero sobre todo, para no recuperar lo perdido o más, para reafirmarme en mi propósito con cada entrada que escribo, con cada comentario que espero recibir, con compartir mi “receta”, mi “dieta” de mi, ya no tanto de la comida que es lo que me ha llevado a no ser parte de esas estadísticas apabullantes que indican que más del cincuenta por ciento de los que emprenden un régimen riguroso recuperan parte o todo o más del peso que perdieron.
Yo apenas si recuperé un porcentaje de lo perdido, pero lo cierto es que sigo con esa etiqueta de obes@ que siempre traeremos con nosotros l@s que no nos vimos favorecid@s con un metabolismo que nos permita conservar una delgadez envidiable a lo largo de toda nuestra vida.
La dieta más efectiva que he podido poner en práctica para mantenerme después de haber perdido alrededor de 40 kilos es la que me ha ayudado a racionar mis emociones, esa que me ha auxiliado a moderarme en mis reacciones, en mi aprehensión, en esa ansiedad que me caracteriza, a encontrar el equilibrio en mi carácter y que por consiguiente, me ha llevado a reconciliarme con la comida.
Ahora la comida ya no es mi enemiga, es mi aliada, pero me costó mucho entenderlo, aún lucho con eso, porque me siguen atrayendo poderosamente los dulces y los chocolates cuando estoy depre o no quiero fumar y muy de repente una bolsa tamaño familiar de Doritos Nachos cuando “me lo merezco”, porque estoy todo menos que "curada", por el contrario, esto no es de un día para otro, es una cuestión de todos los días.
Esta es mi experiencia y como dicen en el grupo multidisciplinario al que asisto desde hace algunos meses como parte complementaria de mantenimiento y de mi tratamiento de otros tantos vicios de carácter que acompañan invariablemente a l@s que padecemos de obesidad, gracias por su tolerancia.
Este espacio se lo dedico a las mujeres que como Celeste, desde su trinchera que inspiró la mía, www.diariodeunaobesaenmonterrey.blogspot.com, libra una lucha que yo ya libré pero que de muchas formas continuo llevando a cabo en mi día a día porque no estoy curada, porque mi condición es la de una obesa en rehabilitación.
Ánimo y adelante, me consta que sí se puede.
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